Andrea Pirlo: el pintor.
Italia es uno de los centros artísticos más importantes en el mundo, desde la pintura, hasta el fútbol. Miguel Ángel inmortalizó la belleza del vacío dejando un ligero espacio entre el dedo de Adán y el de Dios en su cuadro de “La creación”. Al laureado pintor no se atrevió a contradecirlo un camarada suyo, sino, un futbolista al que sin embargo podríamos considerar también un pintor.
Andrea Pirlo, emulador del pintor italiano en el campo, es uno de los máximos exponentes de la corriente artística del fútbol que no respeta el vacío y lo llena de pases filtrados. En el cuadro de Miguel Ángel, si el dedo de Dios nunca conecta con el de Adán, seguramente es porque termina tocando el botín derecho de Pirlo.
Considerado uno de los herederos de Baggio, el artista por excelencia del fútbol italiano, Pirlo también presume una técnica privilegiada, disfruta del juego de toque y derrama imaginación en el campo. El par de artistas, maestro y alumno, coincidieron una breve época en el Brescia.
Sin embargo la batuta del fútbol italiano no pasó a Pirlo hasta 2006. Baggio protagonizó uno de los episodios más grises para los italianos, errando el penal decisivo ante Brasil, en la final del Mundial del 94’. La puerta que cerró en aquella ocasión Baggio no la podía abrir nadie más que Pirlo, que doce años después, abriría la serie de penales en la final ante Francia, acertando su disparo y encaminando a los suyos a un nuevo título del mundo.
En sus episodios del penal radica la diferencia entre ambos artistas. Irreverente y osado, Baggio fue conocido como El poeta del gol, pero más que poeta, era un músico, maestro de lo improvisado y seguramente con especialidad en jazz. En contraste, de Pirlo se desprende cautela y reflexión, se desenvuelve bajo una aurora propia de los maestros del trazo: Pirlo es un pintor.
Inició su carrera como enganche o segunda punta. Si bien tiene cualidades de ‘clásico 10’, Pirlo no se encontraba cómodo en una posición donde en la última década ya no hay lugar sino para el dinamismo y la explosividad. Fue Carlo Mazzone en el Brescia y posteriormente Carlo Ancelotti en el Milán quienes retrasaron a Pirlo al medio campo, quienes lo pusieron a pintar.
En el medio campo el rectángulo verde se vuelve el lienzo del crack italiano. Recibe el balón con control orientado y su pincel siempre va hacia enfrente. Sus trazos, largos y precisos, siempre tienen una razón de ser. Y es que si cada jugada es una pintura, Pirlo concibe la obra desde que recibe la pelota. El resultado final de los cuadros suele darle la razón al artista, que ha asistido el gol de un compañero, después de una pincelada que parecía arriesgada.
Y aunque el oficio del futbolista y del pintor conlleva peligrosas implicaciones para la ropa, de poder hacerlo, Pirlo seguramente ejercería cualquiera de los dos vistiendo un carísimo traje italiano. Con una capacidad para golpear el balón de forma perfecta, el italiano va por el campo acertando pases de más de treinta metros, con una distinción y un estilo que sobrepasan la elegancia futbolística.
Aunque el soberbio golpeo de balón le permite sortear a cualquier defensa, realmente son su visión de campo y su capacidad para leer los movimientos del compañero las armas más letales del italiano. Es un predicador del pase bombeado, pero las formas del pase son lo de menos cuando Pirlo encuentra el espacio. Cazador de los huecos más inverosímiles, ya sea por arriba o a ras de pasto, podría meter el balón en el ojo de una aguja.
Ya sea descolgando un balón, conduciendo con la cabeza erguida o mandando un pase largo, Pirlo derrocha clase en el campo. Sin embargo este derroche lo lleva al extremo en jugadas a balón parado. Manos en la cintura, vista en la portería, ligeramente inclinado hacia la izquierda y con las barbas remojadas, los tiros libres son un cheque al portador cuando el Pintor se para frente a la barrera.
Pero aun siendo campeón del mundo y de Europa, entre la extrema relajación con la que juega y que nunca salió del Calcio, Pirlo forma parte del enorme grupo de jugadores a los que el fútbol les quedó a deber más. Sin embargo forma parte de un grupo todavía más selecto que es el de los jugadores que admiras sin importar la camiseta que defiende.
El jugador que le puede quitar un tiro libre a Beckham y Ronaldinho. El que es aplaudido en San Siro y Turín por igual, incluso cuando vistió la camiseta del Inter, el Milán y la Juve. El que aplaude al Barcelona que le quitó la Champions. Ése es Andrea Pirlo, que como a los pintores del corazón, no le interesa el resultado de su obra o el reconocimiento de la misma, sino simplemente, “pintar”.
Andrea Pirlo, emulador del pintor italiano en el campo, es uno de los máximos exponentes de la corriente artística del fútbol que no respeta el vacío y lo llena de pases filtrados. En el cuadro de Miguel Ángel, si el dedo de Dios nunca conecta con el de Adán, seguramente es porque termina tocando el botín derecho de Pirlo.
Considerado uno de los herederos de Baggio, el artista por excelencia del fútbol italiano, Pirlo también presume una técnica privilegiada, disfruta del juego de toque y derrama imaginación en el campo. El par de artistas, maestro y alumno, coincidieron una breve época en el Brescia.
Sin embargo la batuta del fútbol italiano no pasó a Pirlo hasta 2006. Baggio protagonizó uno de los episodios más grises para los italianos, errando el penal decisivo ante Brasil, en la final del Mundial del 94’. La puerta que cerró en aquella ocasión Baggio no la podía abrir nadie más que Pirlo, que doce años después, abriría la serie de penales en la final ante Francia, acertando su disparo y encaminando a los suyos a un nuevo título del mundo.
En sus episodios del penal radica la diferencia entre ambos artistas. Irreverente y osado, Baggio fue conocido como El poeta del gol, pero más que poeta, era un músico, maestro de lo improvisado y seguramente con especialidad en jazz. En contraste, de Pirlo se desprende cautela y reflexión, se desenvuelve bajo una aurora propia de los maestros del trazo: Pirlo es un pintor.
Inició su carrera como enganche o segunda punta. Si bien tiene cualidades de ‘clásico 10’, Pirlo no se encontraba cómodo en una posición donde en la última década ya no hay lugar sino para el dinamismo y la explosividad. Fue Carlo Mazzone en el Brescia y posteriormente Carlo Ancelotti en el Milán quienes retrasaron a Pirlo al medio campo, quienes lo pusieron a pintar.
En el medio campo el rectángulo verde se vuelve el lienzo del crack italiano. Recibe el balón con control orientado y su pincel siempre va hacia enfrente. Sus trazos, largos y precisos, siempre tienen una razón de ser. Y es que si cada jugada es una pintura, Pirlo concibe la obra desde que recibe la pelota. El resultado final de los cuadros suele darle la razón al artista, que ha asistido el gol de un compañero, después de una pincelada que parecía arriesgada.
Y aunque el oficio del futbolista y del pintor conlleva peligrosas implicaciones para la ropa, de poder hacerlo, Pirlo seguramente ejercería cualquiera de los dos vistiendo un carísimo traje italiano. Con una capacidad para golpear el balón de forma perfecta, el italiano va por el campo acertando pases de más de treinta metros, con una distinción y un estilo que sobrepasan la elegancia futbolística.
Aunque el soberbio golpeo de balón le permite sortear a cualquier defensa, realmente son su visión de campo y su capacidad para leer los movimientos del compañero las armas más letales del italiano. Es un predicador del pase bombeado, pero las formas del pase son lo de menos cuando Pirlo encuentra el espacio. Cazador de los huecos más inverosímiles, ya sea por arriba o a ras de pasto, podría meter el balón en el ojo de una aguja.
Ya sea descolgando un balón, conduciendo con la cabeza erguida o mandando un pase largo, Pirlo derrocha clase en el campo. Sin embargo este derroche lo lleva al extremo en jugadas a balón parado. Manos en la cintura, vista en la portería, ligeramente inclinado hacia la izquierda y con las barbas remojadas, los tiros libres son un cheque al portador cuando el Pintor se para frente a la barrera.
Pero aun siendo campeón del mundo y de Europa, entre la extrema relajación con la que juega y que nunca salió del Calcio, Pirlo forma parte del enorme grupo de jugadores a los que el fútbol les quedó a deber más. Sin embargo forma parte de un grupo todavía más selecto que es el de los jugadores que admiras sin importar la camiseta que defiende.
El jugador que le puede quitar un tiro libre a Beckham y Ronaldinho. El que es aplaudido en San Siro y Turín por igual, incluso cuando vistió la camiseta del Inter, el Milán y la Juve. El que aplaude al Barcelona que le quitó la Champions. Ése es Andrea Pirlo, que como a los pintores del corazón, no le interesa el resultado de su obra o el reconocimiento de la misma, sino simplemente, “pintar”.