¿Cristiano o Messi?
No sé si alguna vez hemos dimensionado la época que nos tocó vivir. Lo que representan Cristiano y Messi sólo es comparable con las grandes revoluciones de la humanidad. Para decirlo claramente: estos dos cambiaron los parámetros del fútbol y la forma en que lo miramos. Todos recordamos los videos del chico portugués vestido de rojo que destrozaba con bicicletas a los defensas de la Premier League, la mejor liga de la época. Era difícil creer que un joven rompiera las reglas del ordenado Manchester United de Sir Alex Ferguson con tanto desenfado. También recordamos las primeras irrupciones de la joya blaugrana en un Barcelona que había encontrado en Ronaldinho quizás al jugador más habilidoso del siglo. Las pocas paredes que se tiraron entre el brasileño y el argentino son piezas para el museo de este deporte. Pero el cambio no sucedió ahí. Si hubiera que ponerle una fecha precisa, sería el año de 2009. Durante ese mercado, el Real Madrid batió récords millonarios con tal de llevar a Cristiano al Bernabéu. Lo que en su momento era un fichaje emocionante y casi de videojuego terminó por darle un giro a toda la historia. Apenas semanas antes, décadas de táctica habían quedado obsoletas después de que Guardiola y su equipo golearan 6-2 a los merengues en su propia casa, con Messi en una posición que sólo podía llamarse “falso nueve”. A partir de ahí, nada volvió a ser igual. De pronto, aquel número siete que bailaba sobre el balón dosificó los trucos en favor de ese otro elemento mágico del fútbol: los goles. Cristiano transformó las funciones del extremo por pura potencia y ambición: se mantenía en la banda, hacía sus clásicos dribles, e inesperadamente pisaba el área para rematar de cabeza, de zurda y de derecha. No habían inventado defensas para un delantero que a pesar de todo era otra cosa, un jugador imposible de definir. En los cuarteles del Barça, Messi ya portaba la mítica camiseta del 10, una especie en extinción a la que el fútbol total del argentino le dio el tiro de gracia. La zurda de Messi es la más asistidora de la historia y habría dado mil pases para gol de no ser por una cosa: el balón no se le despegaba del pie hasta que entraba al área y lo picaba ante el arquero. Nuestros padres crecieron con la certeza de que el mejor gol que se haya visto, inmortalizado por Maradona, no se podría repetir. Messi hacía el mismo regate maradoniano una y otra vez durante noventa minutos y en alguna ocasión hasta calcó esa famosa imagen. La batalla entre ambos, reflejo de un Real Madrid vs Barcelona que se volvió un clásico mundial, no fue humana en lo absoluto. Piensa en tu delantero favorito de antes: Messi y Cristiano hicieron pedazos sus números. Las estadísticas suelen ser frías, pero quienes vimos a estos monstruos no nos podemos engañar: si anotaban en todos sus partidos uno o tres goles era porque simplemente nadie los podía parar. Hicieron lo que quisieron en el campo durante una década y poco más. Por eso nos resulta normal algo que de ningún modo puede serlo: se trata de los dos jugadores más dominantes de todos los tiempos. Es cierto que son distintos. No es coincidencia que uno sea el de las ligas y otro el de las champions. Para ganar un torneo largo hay que controlar todos los juegos, y Messi es el futbolista más arrollador: hubo temporadas en las que le pasó por encima a 19 equipos de España con ese recorte fuera del área y el disparo al costado de la red. Al salir a Europa no basta con someter al rival, sino que hay que golpear en el momento exacto: Cristiano es el noqueador por excelencia, a quien le lanzas un balón que sólo puede cabecear alguien que se queda cinco segundos en el aire. A su manera, cada uno es un destructor: en la época más tecnologizada y obsesionada con la táctica, ninguna pizarra era suficiente para neutralizalos. Tenerlos en el campo era subvertir toda la lógica. Tras la década de Cristiano y Messi, ambos continúan entregando esos gestos imposibles que los hicieron grandes. Las noches de Europa más inesperadas siguen teniendo al portugués de protagonista, y en el decaído Barcelona el argentino ofreció todavía algunas de las mejores actuaciones que se hayan dado sobre una cancha. Son leyendas vivientes, a la espera de que colgar sus botines sólo nos confirme lo obvio: el mundo no volverá a ser el mismo cuando se vayan los dioses.