Memo Ochoa
¿Qué es lo que más deseas en la vida? Le preguntó el entrenador holandés Leo Beenhakker a Guillermo Ochoa. Memo apenas tenía dieciocho años y sólo llevaba un mes en el primer equipo. Pero, pese a su corta edad, no se intimidó y contestó con seguridad: lo que más anhelaba era debutar con el América. Y de pronto, un 15 de febrero de 2004, aquel arquero, todavía con cara de niño, se pararía debajo de la portería del estadio más grande de su país, encargado de defender los colores de la institución con más presión en el fútbol mexicano. Cualquiera hubiera sucumbido ante tal escenario. Pero desde que se colocó bajo los tres palos, ajustó sus guantes con seguridad y miró a los ojos a los delanteros rivales, era evidente que este joven era diferente: estaba hecho de hierro.
Paco Memo no tardó en adueñarse de la titularidad cuando se retiró el histórico Adolfo Ríos. Los jóvenes suelen dedicar los fines de semana a salir de casa, andar en patineta, ir a la plaza. Memo Ochoa tenía un pasatiempo distinto: volar bajo el marco. Y es que sus atajadas no tenían otra explicación más que la capacidad de elevarse en el viento. Por mucho tiempo se creyó que las esquinas superiores de la portería eran una garantía de gol. Que ningún arquero podía llegar al ángulo a tiempo para atajar el balón. Ochoa rompió ese mito, desafío las leyes de la gravedad, y si el rival dominaba a su equipo en la cancha, él dominaba en las alturas. Después de un año de maravillar al país con sus lances imposibles, se proclamó campeón del fútbol mexicano con apenas diecinueve años.
Por sus grandes actuaciones y su carisma fuera de la cacha se consagró en México como ídolo azulcrema, pero desde aquel debut donde exhibió nervios de acero, era evidente que Ochoa estaba cortado con otra tijera, preparado para asumir un reto mayor. Después de siete años practicando sus vuelos en las canchas aztecas Paco Memo alcanzó alturas hasta el momento impensables: en julio de 2011, se convirtió en el primer cancerbero mexicano en defender un marco europeo, tras firmar con el Ajaccio de la primera división francesa.
Aquel joven que no se doblegó al ponerse la camiseta del América y pisar el césped del Estadio Azteca no tardó en adaptarse al reto de vivir en otro país, jugar un fútbol más veloz y encararse con varios de los mejores delanteros en Europa. Rápidamente se convirtió en ídolo del Ajaccio y en el dolor de cabeza de los demás equipos de la liga. Los aficionados franceses le aplaudieron de pie, los diarios alabaron sus cualidades y delanteros como Zlatan Ibrahimovic tuvieron pesadillas con él.
En la selección nacional, un año después de su debut profesional ya había recibido su primera convocatoria, y se hizo un habitual del combinado tricolor a partir de ese momento. Asistió a la Copa del Mundo en Alemania y Sudáfrica, pero no fue hasta Brasil 2014 cuando se convirtió en el cancerbero titular de la selección. El espectáculo de atajadas imposibles que Memo Ochoa montó en México y Francia logró hacerse mundial.
Si Paco Memo se acostumbró a volar, en el encuentro ante Brasil fue un todo terreno. Atajó por los aires, a ras de césped y a media altura. Disparos de larga distancia, al borde del área y a quemarropa. Con las uñas, el hombro, las pantorrillas y la zurda. Aquel balón que Neymar remató con la cabeza y por un instante parecía colarse por la portería mexicana, Ochoa lo sacó en la línea con la mano, cuando se había quedado corto en el lance, cuando el gol estaba cantado. A ese remate sólo pudo haber llegado estirando un par de centímetros los huesos del brazo. Hizo atajadas que no habían pasado por la mente de ningún aficionado.
Después de su espectacular Mundial fichó con el Málaga de España, donde estuvo relegado en la banca. Paso después por Granada donde estuvo recolectando almas de delanteros. Sigue sin inmutarse ante escenarios colosales como el partido inaugural de una Copa del Mundo o un encuentro ante Alemania. Siendo el mejor jugador de México en Brasil 2014 y Rusia 2018. Y se mantiene desafiando la lógica con atajadas que a veces son inexplicables. Ídolo mexicano, referente mundial de los tres palos y habitante del aire: ese es Francisco Guillermo Ochoa.
Paco Memo no tardó en adueñarse de la titularidad cuando se retiró el histórico Adolfo Ríos. Los jóvenes suelen dedicar los fines de semana a salir de casa, andar en patineta, ir a la plaza. Memo Ochoa tenía un pasatiempo distinto: volar bajo el marco. Y es que sus atajadas no tenían otra explicación más que la capacidad de elevarse en el viento. Por mucho tiempo se creyó que las esquinas superiores de la portería eran una garantía de gol. Que ningún arquero podía llegar al ángulo a tiempo para atajar el balón. Ochoa rompió ese mito, desafío las leyes de la gravedad, y si el rival dominaba a su equipo en la cancha, él dominaba en las alturas. Después de un año de maravillar al país con sus lances imposibles, se proclamó campeón del fútbol mexicano con apenas diecinueve años.
Por sus grandes actuaciones y su carisma fuera de la cacha se consagró en México como ídolo azulcrema, pero desde aquel debut donde exhibió nervios de acero, era evidente que Ochoa estaba cortado con otra tijera, preparado para asumir un reto mayor. Después de siete años practicando sus vuelos en las canchas aztecas Paco Memo alcanzó alturas hasta el momento impensables: en julio de 2011, se convirtió en el primer cancerbero mexicano en defender un marco europeo, tras firmar con el Ajaccio de la primera división francesa.
Aquel joven que no se doblegó al ponerse la camiseta del América y pisar el césped del Estadio Azteca no tardó en adaptarse al reto de vivir en otro país, jugar un fútbol más veloz y encararse con varios de los mejores delanteros en Europa. Rápidamente se convirtió en ídolo del Ajaccio y en el dolor de cabeza de los demás equipos de la liga. Los aficionados franceses le aplaudieron de pie, los diarios alabaron sus cualidades y delanteros como Zlatan Ibrahimovic tuvieron pesadillas con él.
En la selección nacional, un año después de su debut profesional ya había recibido su primera convocatoria, y se hizo un habitual del combinado tricolor a partir de ese momento. Asistió a la Copa del Mundo en Alemania y Sudáfrica, pero no fue hasta Brasil 2014 cuando se convirtió en el cancerbero titular de la selección. El espectáculo de atajadas imposibles que Memo Ochoa montó en México y Francia logró hacerse mundial.
Si Paco Memo se acostumbró a volar, en el encuentro ante Brasil fue un todo terreno. Atajó por los aires, a ras de césped y a media altura. Disparos de larga distancia, al borde del área y a quemarropa. Con las uñas, el hombro, las pantorrillas y la zurda. Aquel balón que Neymar remató con la cabeza y por un instante parecía colarse por la portería mexicana, Ochoa lo sacó en la línea con la mano, cuando se había quedado corto en el lance, cuando el gol estaba cantado. A ese remate sólo pudo haber llegado estirando un par de centímetros los huesos del brazo. Hizo atajadas que no habían pasado por la mente de ningún aficionado.
Después de su espectacular Mundial fichó con el Málaga de España, donde estuvo relegado en la banca. Paso después por Granada donde estuvo recolectando almas de delanteros. Sigue sin inmutarse ante escenarios colosales como el partido inaugural de una Copa del Mundo o un encuentro ante Alemania. Siendo el mejor jugador de México en Brasil 2014 y Rusia 2018. Y se mantiene desafiando la lógica con atajadas que a veces son inexplicables. Ídolo mexicano, referente mundial de los tres palos y habitante del aire: ese es Francisco Guillermo Ochoa.